El mediodía del viernes 24 de octubre de 2014 un pedido de
auxilio comenzó a circular entre la población de Paraná, la bicentenaria
capital de la provincia de Entre Ríos. El nombre de Priscila Hartman se hizo
presente en miles de mensajes que corrían en cadena vía Whatsapp, redes
sociales y en los medios de comunicación. El pedido de ayuda de amigos y
familiares de Priscila, cuya preocupación tornaba en desesperación con el
correr de las horas, encontró rápidamente eco en la solidaridad espontánea de
la sociedad de Paraná y alrededores. La joven no había vuelto a su casa desde
la noche del jueves, su celular no funcionaba y no se tenían rastros de ella,
por lo que cualquier dato certero era válido para la investigación que ya se
había encaminado en su búsqueda.
Para entonces, Priscila ya había sido asesinada. Su cuerpo
asfixiado, golpeado y apuñalado yacía en el descampado donde la encontró la Policía el domingo 26 al
atardecer, desolado solar ubicado a dos kilómetros y medio del inexpugnable pueblo
de San Benito.
"Y yo estaba esperando, hasta el último momento esperé a mi hija..."
La noche de ese jueves 23 de octubre el comercio de
fotocopias Orange cerró sus puertas y vio partir a Ariel Hartman y su sobrina
Priscila como todas las noches y como la última. Un rutinario día de trabajo
terminaba en el local de Urquiza 704, tras el cual la rutina no pudo seguir
siendo. Los embates de la angustia terminaron por clausurar el cotidiano
expendio de fotocopias; hoy la tienda luce vacía y abatida y se ofrece con un desconsolado
cartel de "Se alquila".

Priscila estuvo algo distante durante el trayecto a casa. La
charla con su tío fue menos fluída que de costumbre, pues ella sólo salía del
ensimismamiento para sostener la conversación que mantenía por Whatsapp con
quien su celular mostraba como "Facu". Fue breve el paso por la
vivienda de la familia Hartman en el barrio Hipódromo de Paraná. Priscila se
aprontó como acostumbraba y adoraba hacer: maquillarse, retocar su pelo, estar
linda, cambiarse de ropa. Era la responsable del embellecimiento colectivo en
el grupo de amigas las noches de boliche. Adujo escuetamente ‘dar una vuelta
con amigas’ y tomó prestada la
Honda Bross roja de su padre para salir nuevamente a las once
y media de la noche. Una cámara de seguridad de vigilancia ciudadana la captó manejando
en dirección a la localidad de San Benito, en cercanías del cruce de avenida
Jorge Newbery y la ruta nacional 12, lo que constituye, junto con un mensaje de
texto que por esos momentos envió Priscila, el último registro de la chica con
vida. Ese mensaje, en tanto, anunciaba "Ya llego" y fue recibido a
las 0.04 horas del viernes 24 por el celular del único imputado en la causa por
el femicidio de Priscila Hartman, Facundo Bressan. "Vestía una remera
negra con la leyenda HOPE, jeans y una camperita con estrellas" describía
la cadena de mensajes que la buscaba al otro día.

El pueblo de San Benito, pequeña y opaca comarca de nueve
mil quinientos habitantes emplazada a 12 kilómetros de
Paraná, ostenta comisaría, cinco escuelas, centro de salud, club social y dos
cementerios. El poblado se hizo conocido en todo el país por el secuestro de
Fernanda Aguirre perpetrado el 25 de julio de 2004 y nunca esclarecido. El fin
de semana que desapareció Priscila Hartman, San Benito volvió a ser noticia.
Alrededor de las 19 horas del domingo 26 fue confirmado el hallazgo que puso
fin al operativo de rastrillaje que movilizó durante unas 50 horas a
rescatistas, Bomberos Zapadores y Voluntarios, la Dirección de
Investigación y Homicidios, el Equipo Forense y más de 100 agentes de la Policía de Entre Ríos. El
cuerpo fue encontrado disimulado entre la vegetación de un descampado cercano a
San Benito, perteneciente a Mario Rubén Marizza, familiar de Facundo Bressan y
arrendatario del padre de éste. En el expediente consta que la causa de muerte
fue asfixia. La investigación fiscal emprendida a partir de ese momento comenzó
pronto a echar luz sobre la oscura trama del femicidio.
"Yo más que nadie en el mundo quiero saber: qué pasó, por qué le
hicieron eso a mi hija, quién se lo hizo..."
Facundo Bressan, peón rural de 20 años oriundo de San
Benito, vio nacer el mismo día -24 de octubre- a la hija de una relación
frustrada con una muchacha que nada quiere saber con él y a la causa judicial
por el femicidio de Priscila Hartman que lo tiene como único sospechoso e
imputado. Contundentes pruebas desaniman
su presunción de inocencia. Facundo y Priscila se conocían poco desde hacía
unos meses. La madrugada del viernes 24 estuvieron juntos en la casa de él, en
un galpón al fondo de la vivienda. Al ser convocado en carácter de testigo en
el comienzo de la investigación, luego de ser señalado por amigas de Priscila
como alguien que podría saber algo, Facundo cayó en “serias contradicciones” en
su declaración, según los fiscales Juan Malvasio y Álvaro Piérola. Así trocó de
testigo en sospechoso. Posteriormente, cuando el joven fue citado por los
mismos funcionarios, esta vez como imputado, ofreció una breve y escueta
narración de los hechos. En escasos minutos y pocas palabras ratificó que aquella
noche estuvo con Priscila antes de que desapareciera y agregó que fue la
segunda vez que se veían. Dijo que ella se fue luego al cumpleaños de una amiga
(supuesto hecho, desconocido por las amigas y la familia de Priscila, del cual
no hay ningún testigo) y aseguró que él no la mató. Su alegada pero poco
sustentada inocencia es objetada por una batería de indicios que probarían su
culpabilidad.
El sábado 25 la madre de Facundo Bressan fue hasta la
comisaría de San Benito y entregó voluntariamente el celular y el casco de
Priscila, que estaban en posesión de su hijo. Inmediatamente se ordenó el
allanamiento de la vivienda de los Bressan, en calle Yrigoyen del pueblo, primera
inspección en la que se hallaron las llaves, los anteojos, las botitas y la
campera que portaba la joven la noche del jueves, junto con la moto Honda Bross
roja de su padre y un pequeño arito plateado, el que le faltaba cuando la
encontraron el domingo al atardecer. De acuerdo con la versión de Bressan,
Priscila habría prescindido de todo esto al irse "al cumpleaños de una
amiga". Además dijo que el celular y el casco de la chica se los compró
esa misma noche, un rato después, a dos desconocidos en la plaza de San Benito.
Tampoco hay testigos de esta transacción nocturna, pero sí hay uno que declaró
que Bressan le ofreció en venta una moto a 800 pesos.

Unos días después, otra
inspección encontró en el mismo galpón rastros de sangre en pequeña cantidad, un
colchón, una toalla y un guante de
trabajo. Todos los elementos hallados fueron remitidos a un análisis genético
forense. Junto con los estudios hechos al cuerpo de la chica, testifica lo
siguiente: Priscila estuvo con Facundo en el galpón y de allí salió tal como la
encontró la policía el domingo; los restos de tierra extraídos de las ruedas de
la Honda Bross hallada en el condominio de los Bressan coincidieron con
muestras del descampado en el que fue encontrada Priscila; y el guante de trabajo
encontrado en el galpón pertenecía al mismo par que el utilizado para asfixiar
a la chica. En definitiva, a finales de marzo, con el proceso forense concluido,
a días del comienzo de un juicio que reunirá decenas de testimonios y pruebas
materiales, no hay actualmente otra versión más firme, objetiva y judicialmente
encaminada que la que indica que sería Facundo Bressan el femicida de Priscila
Hartman.
"Yo me pregunto: ¿tantas fotos para ver tu angustia? No sabés
siquiera si llorar o no"
Andrea Carina Hartman vio cambiar su vida para siempre el
domingo 26 de octubre de 2014. Ella, su compañero Gustavo Arredondo, sus hijos
Alan y Jazmín, sus hermanos, su madre, las amigas de su hija Priscila y el
resto de su círculo más íntimo han logrado enfrentar al dolor con el amor para
seguir adelante en la lucha por justicia que los ha llevado a frecuentar los
Tribunales y los abogados, convivir con la investigación, encabezar marchas y
soportar a los medios de comunicación desde hace meses. Pero sobre todo ella.
"La fuerza que uno tiene es también el amor que uno tiene" explica Carina
lo inexplicable del ser humano.
"Es seguir hasta lo último, y es duro. No he podido
hacer mi duelo correctamente. Y hay un montón de cosas que uno trata de controlarlas y a veces no podés. Es tener bronca y no poder expresarla. Es decir´me la banco´. Y es seguir,
seguir y seguir. Para una enfermedad uno se va preparando porque sabe lo que
viene; un accidente, bueno, pasó... Pero desde mi lugar de mamá te digo: para
esto nadie está preparado. Que ella haya pasado todo esto, que haya sido
maltratada así... ¿Por qué tanta maldad hacia una persona? No lo entendés. Si
yo nunca le hice daño, ¿por qué otra persona se lo hizo? ¿Cómo puede haber
gente que haga tanto daño?".
Escuchar a Carina Hartman es conmoverse. Hablar con ella,
comprometerse. Su testimonio debería en todos los casos dar impulso para
informar, difundir y denunciar la violencia de género, no para aprovecharla
como una fuente de materia prima para que los noticieros tengan letra y rating.
Los grandes medios locales piensan distinto, y la palabra de Carina da lección.
"En estos casos los medios aportan, aunque también venden con la
información. La cantidad que había (en las audiencias en Tribunales) era
exagerada. Me parece que no son necesarias tantas cámaras. Te sacan fotos, te enfocan
todo el tiempo; yo me pregunto: ¿tantas fotos para ver tu angustia? Vos no
sabés siquiera si llorar o no. Uno en vez de ser víctima ya pasa a ser otra
cosa. Salgo y la periodista me pregunta ´¿qué
vas a decir?´; y si no voy a hablar me pregunta ´¿por qué no vas a hablar?´. Estamos pasando un momento delicado y
no pueden preguntarte ciertas cosas. Pero se desesperaban por ver qué podían
sacar. Nadie dijo ´lo siento mucho,
señora´, primero, y después me hicieron la nota. Primero la nota, y después
´lo siento mucho´". La clase de
ética periodística que dicta la familia Hartman cierra con la espontánea
conclusión que ofrece Jésica, prima de Priscila: "por ahí te ayudan con la
información; y por ahí hablan de más y se mandan cualquiera".
El femicidio de Priscila puso sobre las mesas de Paraná y la
región el problema de la violencia de género, al menos por un tiempo. Carina
Hartman comenzó a verlo de esa manera. "Hoy me pasó a mí pero mañana puede
pasarle a tu hermana, o a cualquier otra persona. Si nuestra provincia está
rankeada como la cuarta, me parece que es importante que trabajemos sobre la
violencia de género (NdeR: según el informe consultado para esta nota, Entre Ríos ocupa en realidad el quinto puesto de las provincias con más femicidios en el 2014). Nadie está exento en la vida. Ahora que te pasa te interiorizás más. A mí me
tocó ahora, pero sé que hay gente que desde mucho antes trabaja y ayuda y a lo
mejor con eso se evitan casos como el mío".
¿Por qué?
En nuestro país, una mujer murió cada 31 horas durante el
año 2014 por causas directamente relacionadas a la violencia de género. El
informe del Observatorio de Femicidios en Argentina “Adriana Marisel Zambrano”
concluye que 277 mujeres fueron asesinadas por ser mujeres entre el 1° de enero
y el 31 de diciembre de ese año, sin contar los casos que no hayan pasado al
conocimiento público o de los cuales no haya un registro accesible. De
cualquier forma, el problema de la violencia machista crece en el país. La
cifra de femicidios viene aumentando sensiblemente: 208 en 2008, 231 en 2009,
260 en 2010, 283 en 2011, 255 en 2012, 295 en 2013 y 277 en 2014. Son 1808
mujeres asesinadas en siete años, una cada 33 horas. Apenas pasa un día en la
Argentina sin que un hombre decida balear, apuñalar, golpear, estrangular,
ahorcar, incinerar, asfixiar, degollar o descuartizar a una mujer más; abusar
de su fuerza, humillarla, violentarla hasta disponer de su vida, como si así
demostrara quién manda en el hogar, el barrio, el trabajo, el mundo. Como si
alguien tuviera que mandar.
¿Por qué un hombre se cree dueño de la vida de una mujer?
¿Qué significa, o busca significar, el cuerpo de una mujer envuelto en una
bolsa en un contenedor de basura, un baldío o un descampado? ¿Qué sentido se le
da al acto de prenderla fuego? Vivimos en un sistema que oprime a la mujer. La
utiliza como un bien de consumo en negocios como la moda, la publicidad y la
trata -esta última acompaña a las armas, las drogas, los medicamentos y los
alimentos entre los comercios con mayor transferencia de capital del mundo. En
la industria se la explota igual o más que al hombre pero se la remunera menos.
Y también se le impone el "único trabajo que no se paga", el del
hogar, confinada como mano de obra gratuita. Pero además, la cultura machista quiere
que las mujeres sean débiles, sumisas, obedientes, y si no las castiga. Como
ellas se empoderan, a paso lento pero firme y sin retroceder, cabe esperar la
reacción patriarcal-capitalista, y el nivel de su violencia es proporcional al
del fortalecimiento femenino. Pero ellas se organizan cada vez más y mejor. La
cifra de femicidios ha crecido en los últimos años, pero también se le vienen arrancando leyes y políticas al Estado desde la lucha. Pese a las reacciones y los intentos
por volver el tiempo atrás del sistema económico, el Estado, las religiones y
la cultura machista, las mujeres se animan cada vez más a la igualdad.
Una joven más, como miles, no escapó de la violencia. Una
chica alegre y familiera, próspera en amigos y amigas, que gustaba salir a
bailar los sábados, estar en la puerta de su casa tomando tereré y escuchando
música, o peregrinar al parque Urquiza las noches de verano. Pero apagaron su
alegría. Ganaron el odio, la violencia, el ultraje, el deseo de dominación de
la mujer por el hombre. Deseo muy consciente, señores, pues aquí no hay locura,
inconsciencia ni "estado de emoción violenta": en la violencia contra
las mujeres hay premeditación, alevosía y ensañamiento. Ese lado oscuro y
perverso del ser humano de este tiempo nos despertó del sopor de la rutina
paranaense con el femicidio de Priscila Hartman.
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