lunes, 30 de marzo de 2015

Apagaron su alegría: el femicidio de Priscila Hartman

El mediodía del viernes 24 de octubre de 2014 un pedido de auxilio comenzó a circular entre la población de Paraná, la bicentenaria capital de la provincia de Entre Ríos. El nombre de Priscila Hartman se hizo presente en miles de mensajes que corrían en cadena vía Whatsapp, redes sociales y en los medios de comunicación. El pedido de ayuda de amigos y familiares de Priscila, cuya preocupación tornaba en desesperación con el correr de las horas, encontró rápidamente eco en la solidaridad espontánea de la sociedad de Paraná y alrededores. La joven no había vuelto a su casa desde la noche del jueves, su celular no funcionaba y no se tenían rastros de ella, por lo que cualquier dato certero era válido para la investigación que ya se había encaminado en su búsqueda. 

Para entonces, Priscila ya había sido asesinada. Su cuerpo asfixiado, golpeado y apuñalado yacía en el descampado donde la encontró la Policía el domingo 26 al atardecer, desolado solar ubicado a dos kilómetros y medio del inexpugnable pueblo de San Benito.


"Y yo estaba esperando, hasta el último momento esperé a mi hija..." 
La noche de ese jueves 23 de octubre el comercio de fotocopias Orange cerró sus puertas y vio partir a Ariel Hartman y su sobrina Priscila como todas las noches y como la última. Un rutinario día de trabajo terminaba en el local de Urquiza 704, tras el cual la rutina no pudo seguir siendo. Los embates de la angustia terminaron por clausurar el cotidiano expendio de fotocopias; hoy la tienda luce vacía y abatida y se ofrece con un desconsolado cartel de "Se alquila".

Priscila estuvo algo distante durante el trayecto a casa. La charla con su tío fue menos fluída que de costumbre, pues ella sólo salía del ensimismamiento para sostener la conversación que mantenía por Whatsapp con quien su celular mostraba como "Facu". Fue breve el paso por la vivienda de la familia Hartman en el barrio Hipódromo de Paraná. Priscila se aprontó como acostumbraba y adoraba hacer: maquillarse, retocar su pelo, estar linda, cambiarse de ropa. Era la responsable del embellecimiento colectivo en el grupo de amigas las noches de boliche. Adujo escuetamente ‘dar una vuelta con amigas’ y tomó prestada la Honda Bross roja de su padre para salir nuevamente a las once y media de la noche. Una cámara de seguridad de vigilancia ciudadana la captó manejando en dirección a la localidad de San Benito, en cercanías del cruce de avenida Jorge Newbery y la ruta nacional 12, lo que constituye, junto con un mensaje de texto que por esos momentos envió Priscila, el último registro de la chica con vida. Ese mensaje, en tanto, anunciaba "Ya llego" y fue recibido a las 0.04 horas del viernes 24 por el celular del único imputado en la causa por el femicidio de Priscila Hartman, Facundo Bressan. "Vestía una remera negra con la leyenda HOPE, jeans y una camperita con estrellas" describía la cadena de mensajes que la buscaba al otro día.


El pueblo de San Benito, pequeña y opaca comarca de nueve mil quinientos habitantes emplazada a 12 kilómetros de Paraná, ostenta comisaría, cinco escuelas, centro de salud, club social y dos cementerios. El poblado se hizo conocido en todo el país por el secuestro de Fernanda Aguirre perpetrado el 25 de julio de 2004 y nunca esclarecido. El fin de semana que desapareció Priscila Hartman, San Benito volvió a ser noticia. Alrededor de las 19 horas del domingo 26 fue confirmado el hallazgo que puso fin al operativo de rastrillaje que movilizó durante unas 50 horas a rescatistas, Bomberos Zapadores y Voluntarios, la Dirección de Investigación y Homicidios, el Equipo Forense y más de 100 agentes de la Policía de Entre Ríos. El cuerpo fue encontrado disimulado entre la vegetación de un descampado cercano a San Benito, perteneciente a Mario Rubén Marizza, familiar de Facundo Bressan y arrendatario del padre de éste. En el expediente consta que la causa de muerte fue asfixia. La investigación fiscal emprendida a partir de ese momento comenzó pronto a echar luz sobre la oscura trama del femicidio. 

"Yo más que nadie en el mundo quiero saber: qué pasó, por qué le hicieron eso a mi hija, quién se lo hizo..." 
Facundo Bressan, peón rural de 20 años oriundo de San Benito, vio nacer el mismo día -24 de octubre- a la hija de una relación frustrada con una muchacha que nada quiere saber con él y a la causa judicial por el femicidio de Priscila Hartman que lo tiene como único sospechoso e imputado. Contundentes pruebas desaniman su presunción de inocencia. Facundo y Priscila se conocían poco desde hacía unos meses. La madrugada del viernes 24 estuvieron juntos en la casa de él, en un galpón al fondo de la vivienda. Al ser convocado en carácter de testigo en el comienzo de la investigación, luego de ser señalado por amigas de Priscila como alguien que podría saber algo, Facundo cayó en “serias contradicciones” en su declaración, según los fiscales Juan Malvasio y Álvaro Piérola. Así trocó de testigo en sospechoso. Posteriormente, cuando el joven fue citado por los mismos funcionarios, esta vez como imputado, ofreció una breve y escueta narración de los hechos. En escasos minutos y pocas palabras ratificó que aquella noche estuvo con Priscila antes de que desapareciera y agregó que fue la segunda vez que se veían. Dijo que ella se fue luego al cumpleaños de una amiga (supuesto hecho, desconocido por las amigas y la familia de Priscila, del cual no hay ningún testigo) y aseguró que él no la mató. Su alegada pero poco sustentada inocencia es objetada por una batería de indicios que probarían su culpabilidad.

El sábado 25 la madre de Facundo Bressan fue hasta la comisaría de San Benito y entregó voluntariamente el celular y el casco de Priscila, que estaban en posesión de su hijo. Inmediatamente se ordenó el allanamiento de la vivienda de los Bressan, en calle Yrigoyen del pueblo, primera inspección en la que se hallaron las llaves, los anteojos, las botitas y la campera que portaba la joven la noche del jueves, junto con la moto Honda Bross roja de su padre y un pequeño arito plateado, el que le faltaba cuando la encontraron el domingo al atardecer. De acuerdo con la versión de Bressan, Priscila habría prescindido de todo esto al irse "al cumpleaños de una amiga". Además dijo que el celular y el casco de la chica se los compró esa misma noche, un rato después, a dos desconocidos en la plaza de San Benito. Tampoco hay testigos de esta transacción nocturna, pero sí hay uno que declaró que Bressan le ofreció en venta una moto a 800 pesos. 

Unos días después, otra inspección encontró en el mismo galpón rastros de sangre en pequeña cantidad, un colchón, una toalla  y un guante de trabajo. Todos los elementos hallados fueron remitidos a un análisis genético forense. Junto con los estudios hechos al cuerpo de la chica, testifica lo siguiente: Priscila estuvo con Facundo en el galpón y de allí salió tal como la encontró la policía el domingo; los restos de tierra extraídos de las ruedas de la Honda Bross hallada en el condominio de los Bressan coincidieron con muestras del descampado en el que fue encontrada Priscila; y el guante de trabajo encontrado en el galpón pertenecía al mismo par que el utilizado para asfixiar a la chica. En definitiva, a finales de marzo, con el proceso forense concluido, a días del comienzo de un juicio que reunirá decenas de testimonios y pruebas materiales, no hay actualmente otra versión más firme, objetiva y judicialmente encaminada que la que indica que sería Facundo Bressan el femicida de Priscila Hartman.

"Yo me pregunto: ¿tantas fotos para ver tu angustia? No sabés siquiera si llorar o no" 
Andrea Carina Hartman vio cambiar su vida para siempre el domingo 26 de octubre de 2014. Ella, su compañero Gustavo Arredondo, sus hijos Alan y Jazmín, sus hermanos, su madre, las amigas de su hija Priscila y el resto de su círculo más íntimo han logrado enfrentar al dolor con el amor para seguir adelante en la lucha por justicia que los ha llevado a frecuentar los Tribunales y los abogados, convivir con la investigación, encabezar marchas y soportar a los medios de comunicación desde hace meses. Pero sobre todo ella. "La fuerza que uno tiene es también el amor que uno tiene" explica Carina lo inexplicable del ser humano. 

"Es seguir hasta lo último, y es duro. No he podido hacer mi duelo correctamente. Y hay un montón de cosas que uno trata de controlarlas y a veces no podés. Es tener bronca y no poder expresarla. Es decir´me la banco´. Y es seguir, seguir y seguir. Para una enfermedad uno se va preparando porque sabe lo que viene; un accidente, bueno, pasó... Pero desde mi lugar de mamá te digo: para esto nadie está preparado. Que ella haya pasado todo esto, que haya sido maltratada así... ¿Por qué tanta maldad hacia una persona? No lo entendés. Si yo nunca le hice daño, ¿por qué otra persona se lo hizo? ¿Cómo puede haber gente que haga tanto daño?".

Escuchar a Carina Hartman es conmoverse. Hablar con ella, comprometerse. Su testimonio debería en todos los casos dar impulso para informar, difundir y denunciar la violencia de género, no para aprovecharla como una fuente de materia prima para que los noticieros tengan letra y rating. Los grandes medios locales piensan distinto, y la palabra de Carina da lección. "En estos casos los medios aportan, aunque también venden con la información. La cantidad que había (en las audiencias en Tribunales) era exagerada. Me parece que no son necesarias tantas cámaras. Te sacan fotos, te enfocan todo el tiempo; yo me pregunto: ¿tantas fotos para ver tu angustia? Vos no sabés siquiera si llorar o no. Uno en vez de ser víctima ya pasa a ser otra cosa. Salgo y la periodista me pregunta ´¿qué vas a decir?´; y si no voy a hablar me pregunta ´¿por qué no vas a hablar?´. Estamos pasando un momento delicado y no pueden preguntarte ciertas cosas. Pero se desesperaban por ver qué podían sacar. Nadie dijo ´lo siento mucho, señora´, primero, y después me hicieron la nota. Primero la nota, y después ´lo siento mucho´". La clase de ética periodística que dicta la familia Hartman cierra con la espontánea conclusión que ofrece Jésica, prima de Priscila: "por ahí te ayudan con la información; y por ahí hablan de más y se mandan cualquiera". 

El femicidio de Priscila puso sobre las mesas de Paraná y la región el problema de la violencia de género, al menos por un tiempo. Carina Hartman comenzó a verlo de esa manera. "Hoy me pasó a mí pero mañana puede pasarle a tu hermana, o a cualquier otra persona. Si nuestra provincia está rankeada como la cuarta, me parece que es importante que trabajemos sobre la violencia de género (NdeR: según el informe consultado para esta nota, Entre Ríos ocupa en realidad el quinto puesto de las provincias con más femicidios en el 2014). Nadie está exento en la vida. Ahora que te pasa te interiorizás más. A mí me tocó ahora, pero sé que hay gente que desde mucho antes trabaja y ayuda y a lo mejor con eso se evitan casos como el mío". 

¿Por qué?
En nuestro país, una mujer murió cada 31 horas durante el año 2014 por causas directamente relacionadas a la violencia de género. El informe del Observatorio de Femicidios en Argentina “Adriana Marisel Zambrano” concluye que 277 mujeres fueron asesinadas por ser mujeres entre el 1° de enero y el 31 de diciembre de ese año, sin contar los casos que no hayan pasado al conocimiento público o de los cuales no haya un registro accesible. De cualquier forma, el problema de la violencia machista crece en el país. La cifra de femicidios viene aumentando sensiblemente: 208 en 2008, 231 en 2009, 260 en 2010, 283 en 2011, 255 en 2012, 295 en 2013 y 277 en 2014. Son 1808 mujeres asesinadas en siete años, una cada 33 horas. Apenas pasa un día en la Argentina sin que un hombre decida balear, apuñalar, golpear, estrangular, ahorcar, incinerar, asfixiar, degollar o descuartizar a una mujer más; abusar de su fuerza, humillarla, violentarla hasta disponer de su vida, como si así demostrara quién manda en el hogar, el barrio, el trabajo, el mundo. Como si alguien tuviera que mandar. 

¿Por qué un hombre se cree dueño de la vida de una mujer? ¿Qué significa, o busca significar, el cuerpo de una mujer envuelto en una bolsa en un contenedor de basura, un baldío o un descampado? ¿Qué sentido se le da al acto de prenderla fuego? Vivimos en un sistema que oprime a la mujer. La utiliza como un bien de consumo en negocios como la moda, la publicidad y la trata -esta última acompaña a las armas, las drogas, los medicamentos y los alimentos entre los comercios con mayor transferencia de capital del mundo. En la industria se la explota igual o más que al hombre pero se la remunera menos. Y también se le impone el "único trabajo que no se paga", el del hogar, confinada como mano de obra gratuita. Pero además, la cultura machista quiere que las mujeres sean débiles, sumisas, obedientes, y si no las castiga. Como ellas se empoderan, a paso lento pero firme y sin retroceder, cabe esperar la reacción patriarcal-capitalista, y el nivel de su violencia es proporcional al del fortalecimiento femenino. Pero ellas se organizan cada vez más y mejor. La cifra de femicidios ha crecido en los últimos años, pero también se le vienen arrancando leyes y políticas  al Estado desde la lucha. Pese a las reacciones y los intentos por volver el tiempo atrás del sistema económico, el Estado, las religiones y la cultura machista, las mujeres se animan cada vez más a la igualdad. 


Una joven más, como miles, no escapó de la violencia. Una chica alegre y familiera, próspera en amigos y amigas, que gustaba salir a bailar los sábados, estar en la puerta de su casa tomando tereré y escuchando música, o peregrinar al parque Urquiza las noches de verano. Pero apagaron su alegría. Ganaron el odio, la violencia, el ultraje, el deseo de dominación de la mujer por el hombre. Deseo muy consciente, señores, pues aquí no hay locura, inconsciencia ni "estado de emoción violenta": en la violencia contra las mujeres hay premeditación, alevosía y ensañamiento. Ese lado oscuro y perverso del ser humano de este tiempo nos despertó del sopor de la rutina paranaense con el femicidio de Priscila Hartman.


Por Ramiro García Valentinuz. Crónica realizada en el marco de práctica curricular para la Licenciatura en Comunicación Social de la UNER.

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