miércoles, 30 de diciembre de 2015

82 jóvenes fueron asesinados en los últimos seis años en Paraná

Los arrabales de la periferia paranaense han constituido, entre el año 2010 y el 2015, escenarios para la mayoría de los homicidios que se llevaron la vida de más de 80 jóvenes de entre 15 y 30 años. Se encuentran como entretelones de esta matanza la drogadicción, la delincuencia, la violencia desproporcionada y el uso de armas de fuego como recurso para dirimir conflictos, las disputas por territorios y la falta de respuestas del Estado ante una juventud sistemáticamente ultrajada.



A partir de hace unos quince años, mediante el proceso de insurrección popular que pasó a la historia con el nombre de Argentinazo, la juventud -en general- atravesó profundos cambios en su acción, su rol como sujeto histórico-social, y su significación: volvió a ser protagonista de la vida política, en un verdadero cambio de época respecto del menemismo. No obstante, hay una enorme porción de esta juventud que fue siendo sistemáticamente relegada y sólo le quedó para sí el ser protagonista de un tipo de acontecimientos: las noticias policiales. Vaya, y deliberada, la paradoja. Son los harta y vulgarmente conocidos como "menores".

Las muertes
Entre el 1° de enero de 2010 y el 5 de diciembre de 2015 unos 200 jóvenes de las barriadas de la capital entrerriana fueron protagonistas centrales de noticias que dieron cuenta de homicidios, sea como asesinados o como imputados por asesinatos. Los números se desprenden de un relevamiento hecho en base a los informes anuales de la Subdivisión de Homicidios de la Dirección de Investigaciones de la Policía de Entre Ríos, contrastados con noticias de medios locales de todos los años. En rigor, 119 mataron, o fueron acusados de hacerlo, y 82 fueron víctimas de la matanza que viene perpetrando, al menos ignorando, la política vigente hacia la juventud paranaense. 

En estos casos, la Justicia -o, mejor, el Poder Judicial- tiene aspiraciones bastante sencillas en cuanto a establecer culpabilidades: basta con saber quién apretó el gatillo, enterró la faca, blandió el palo o ejecutó la asfixia. Excepto un puñado de causas ("casos") cuyo trasfondo político o mafioso resultó de conocimiento público e inevitable, no se acostumbra buscar ni determinar responsabilidades penales sobre las causas profundas de los homicidios de jóvenes en los suburbios de Paraná. 

¿No son éstas los golpes de realidad que van cimentando la violencia dentro y alrededor de los jóvenes que viven en contextos de miseria?: expulsión del sistema educativo; negación del trabajo, tanto público como privado; violencia familiar y otras carencias afectivas; consumo o adicción a drogas; ingreso al mundo del hampa, en muchos casos como soldaditos de los transas del barrio; falta de propuestas de contención desde lo cultural o deportivo... Son algunas de esas causas profundas que es necesario asumir para luego desentrañar y resolver. En algunas, el Estado con sus instituciones viene estando muy por debajo de la altura de las circunstancias; en otras, directamente es responsable, es decir cómplice.

Las armas
Hay un dato no menor que registran las aproximaciones estadísticas que hubo que hacer para esta nota -dado que no existe hasta el momento sistematización o estadísticas públicas sobre el tema- y es la presencia de armas de fuego en casi todos los homicidios de los últimos seis años. En promedio, en nueve de cada diez casos el método para asesinar(se entre) jóvenes ha sido a balazos.  Tomando las cifras del 2010 al 2014 se descubre que, de los 67 homicidios ocurridos dentro de la franja etárea que nos convoca, 59 han sido perpetrados con armas de fuego. 

Un informe publicado en abril pasado por el periodista especializado en Policiales José Amado revela que, potencialmente, la cosa tendía a ponerse cada vez más fiera a lo largo del 2015. "Últimamente, el muchacho que le toca salir a realizar pericias balísticas cuando lo requieren por algún tiroteo pasa días sin dormir. En lo que va de 2015 tuvieron 220 intervenciones, lo que hace una proyección del año de 920 hechos con armas, un 20% más que las 711 totales de 2014", reveló Amado.

La misma nota, entre diversos nudos del problema de la beligerancia en numerosos barrios de la ciudad, busca responder el interrogante: ¿cómo llegan tantas armas a manos de los pibes? Sobre el particular, el entonces director de Investigaciones de la Policía de Entre Ríos Ricardo Frank (reemplazado por Mario Leiva, designado en el cargo por el nuevo gobernador Gustavo Bordet) estimó que algunas armas “son de Santa Fe, Rosario o provincia de Buenos Aires, denunciadas como robadas por personal de fuerzas de seguridad o civiles", mientras que otras tienen su origen en Paraná, extraídas "de personal policial víctimas de hechos delictivos, en distintas circunstancias, o en hechos violentos o robos en sus domicilios". 

A su vez, Frank indicó que de "otras no se puede identificar su procedencia porque tienen la numeración suprimida. El 40% de las armas secuestradas carece de posibilidad de identificar su origen”. Esta es la versión oficial de la Policía, cuya arma reglamentaria, la pistola de 9 milímetros, es el calibre hallado más frecuentemente en los peritajes de las balaceras barriales.

De cualquier forma, las armas de fuego en manos de bandas de jóvenes en los arrabales capitalinos ya son parte del paisaje cotidiano y recursos constantes con los que se llegan a resolver diversos tipos de litigios. El latiguillo periodístico del "ajuste de cuentas" entre bandas narco explica muchos de los asesinatos registrados en los últimos seis años, pero no es el único móvil: lo han sido motos, caballos, celos, robos, venganzas de apellido, entre otros. No creemos que los ejemplos propendan a alivianar el asunto, que es grave: ¿qué códigos avanzan en la regulación de nuestras relaciones en los barrios?

Los barrios
Prácticamente todos los homicidios de los últimos años que involucraron jóvenes de entre 15 y 30 tuvieron lugar en barrios de Paraná atravesados por contextos de miseria. Si se toma un mapa de la ciudad y se marcan los 82 puntos geográficos en los que se han consumado los asesinatos, se conformará un gran cordón que recorre la periferia paranaense. El trazo abarca desde el extremo noroeste en Bajada Grande hasta el noreste en los Arenales, incluye a Santa Lucía al sur y por supuesto aquellos lugares asolados por la pobreza y la violencia que quedan -como gusta decir la prensa porteña- "a cinco minutos del centro", como Francisco Pancho Ramírez, Jauretche, Consejo, Belgrano, entre otros. 

Pero hay dos regiones que son las más preocupantes. En el Oeste -quizás la zona más violenta y violentada de Paraná-, donde la ciudad se cae en su desenlace hacia el río, en la franja que integran barrios como Anacleto Medina, Gaucho Rivero, Paraná XVI y Antártida Argentina suman 30 los homicidios registrados estos años, de los 82 totales. La otra es el cordón Este y algunos de sus barrios más abandonados por el Estado: Lomas del Mirador II, Municipal, Hijos de María, La Milagrosa, Paraná XX. Allí se dieron alrededor de 16 asesinatos de jóvenes en el último tiempo.

No pretende este bosquejo jugar al "mapa del delito" ni acentuar la estigmatización de estos lugares que se fue configurando durante el último tiempo, en parte con la colaboración de algunos medios masivos de comunicación locales. Por el contrario, hay que decir que en casi todos los barrios los grupos que impulsan y ejecutan la violencia son puñados de personas, casi siempre familias o "clanes" que manejan los negocios de la droga y el robo, y mantienen asolado al 99% del vecindario gracias a una cadena de complicidades que empieza con la Policía. Así lo ratifica Mónica Olivera, portadora de una de las experiencias de enfrentamiento a los narcos, en este caso en Lomas del Mirador II.

Caso testigo: "el Lomas 2"
Mónica Olivera Pagliaruzza vive en el corazón del barrio Lomas del Mirador II y es madre de un joven de 20 años que estuvo a punto de quedar sin salida en el espiral de droga y violencia que capta a cientos de pibes en la zona, y cuya recuperación Mónica vive como una victoria contra el escepticismo. Junto con Ana Escobar, madre de Emanuel Vázquez -asesinado en agosto de 2013-, fundaron la asociación civil Mujeres Luchadoras Positivas, desde donde impulsan acciones de prevención en adicciones y violencia de género. 

En el Lomas "somos 270 familias, más de 500 personas, y ´Los Panchos´ son el padre y tres hijos, más algunos gurisitos que tienen", informa Mónica. El de Los Panchos es el clan que vende la droga en el lugar y molesta a los vecinos. "Cada vez es peor, hay muchos kiosquitos; a ellos no les importa darle (droga) a un nene de diez años, tirotear la escuela a mediodía", expone.

La lucha de Mónica es, en parte, contra la estigmatización, según ella misma lo plantea. Relata que "hace tres o cuatro años empezó una guerra con los del Municipal", provocada por diferencias comerciales entre el jerarca de Lomas del Mirador, "Pancho" Pereyra, y el conocido narcotraficante y jefe de la barrabrava de Patronato Gustavo "Petaco" Barrientos, quien se encuentra cumpliendo pena en prisión por los fusilamientos de Matías Giménez y Maximiliano Godoy en barrio Municipal en el 2012. "Y quedamos en el medio los que no tenemos nada que ver", expresa Mónica. 

Ella asegura que las autoridades policiales, judiciales y políticas "saben quién es" el que vende y compra drogas y vidas en la zona, "pero allá no encuentran nada, y por eso vos dudás de la Policía. Si yo sé fehacientemente que ahí adentro venden, y va la Policía y no encuentra nada, vos decís ´me están cachando´", cuestiona.

Mónica insiste en  la organización vecinal y la denuncia en sede judicial como forma de hacer retroceder al narco. "Está todo bien con la (comisaría) 12°, pero yo ya desconfío", indica, y remarca: "yo voy a Fiscalía, en algún momento guste o no van a tener que ver la denuncia. Además yo después voy y rompo las bolas preguntando ´dónde está mi denuncia´", grafica. Como conclusión, anuncia que, aunque "tenemos un grupito de gurises medio desbocados,los Pereyra ya no viven para este lado, no ´jieden´, los vecinos los han corrido. Es el cambio que hemos logrado, que los vecinos les hagan frente", se jacta la madre luchadora. Y concluye: "que se ubiquen, a los vecinos no se los jode".

“Menores”
La cifra de jóvenes asesinados en Paraná se disparó en el transcurso del último lustro. Que hayan sido ocho en el 2010, o cinco en el 2011, pero 18 en el 2013 y 21 en el 2014, evidencia que algo está pasando en nuestros barrios y por algo pasa. Es un número que es preciso quitar de las frías manos de la estadística para ponerle caras, nombres, familias, en definitiva vidas, para dimensionar su verdadero significado. Las causas y responsabilidades políticas, sociales, económicas y culturales quedan –necesariamente- sujetas a la Crítica y pendientes de debate en diversos ámbitos; no son patrimonio de las secciones policiales ni los expedientes de las fuerzas “de seguridad” o del Poder Judicial. 

Los medios de comunicación y los periodistas tenemos nuestra cuota de responsabilidad, en cuanto a la disputa por los sentidos construídos en torno los jóvenes marginados, y más aún de sus muertes en circunstancias de extrema violencia. ¿Por qué se matan cada vez más pibes? 

José Amado nos invita con algunas reflexiones sobre el tema, en su artículo  Los crímenes que conmueven y los que no importan: “algunos recibieron la atención de los medios y el público, mientras que otros sirvieron solo para reforzar los estigmas de violencia sobre determinados barrios de la ciudad. Las víctimas anónimas, mucho más numerosas, al parecer ya tenían las balas con sus nombres, un futuro incierto, un destino inevitable que nada ni nadie podía cambiar. Al parecer, depende de la piel o el barrio de los involucrados para detener la mirada e intentar que no vuelva a ocurrir, o bien mirar para otro lado”.

(*) Por Ramiro García Valentinuz. Nota realizada en el marco de la Práctica Curricular para la Licenciatura en Comunicación Social de la UNER

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